Textos y Apuntes de taller 

JULIA SAEZ-ANGÚLO

EMOCIÓN Y TEXTURA  EN LA PINTURA  DE ROBERTO MARTÍN

 

Robert Hughes afirma que el arte no cambia de modo inmediato la sociedad, al menos el arte plástico, pero sí ayuda a cambiar las sensibilidades de esa misma sociedad. Ahí está su limitación y su grandeza. Quizás algunos artistas lamenten esa carencia de fuerza dinamizadora inmediata, de la falta de revulsivo revolucionario que atañe a las artes pláticas y visuales, mientras que si cabe pensar que esa fuerza más palpable y evidente la pueda tener la literatura o al menos la letra impresa. No hay que olvidar que nuestra cultura es por encima de todo literaria, adicta y aferrada al alfabeto; pero en este último siglo, la imagen y las artes visuales se imponen con aplomo y multiplicidad y no me atrevería a pronosticar si en el milenio venidero no se va a invertir el orden de prioridades. Todas estas consideraciones venían a la mente al contemplar la cuajada obra plástica de Roberto Martín (Bilbao, 1960). Con la luz, la materia y la forma, los cuadros de este pintor vasco logran una fuerte carga de intensidad; su capacidad de provocar emoción y de acercarse a la sensibilidad es sorprendente. Con su talento para la sugerencia a base de textura e imágenes veladas, signos y símbolos enigmáticos, este artista consigue piezas de alta condensación lírica; sus cuadros son capaces de emocionar con brillantes acentos poéticos. ¿Cuál es el mundo de este joven artista? Su primera exposición se remonta a principios de la década de los 80, en el VIII Concurso Nacional de Pintura Artística de Jóvenes Blanco y Negro; a partir de ahí, su obra pictórica ha sido expuesta en diversos foros, principalmente vascos, y algunos internacionales. En Madrid más de uno se fijó en su obra por su enriquecida dosis de emoción y sugerencia. por su equilibrada técnica mixta. casi siempre sobre lienzo y sobre todo por el acento enigmático de sus composiciones, la mayoría con el rótulo de «Sin Título», como si quisiera respetar la sensibilidad del espectador para que contemple sin mediación alguna la pintura, y aporte sus personales y subjetivas referencias ante la imagen y la materia texturada.

 

 

 

Egipto como excusa

 

«Egipto como excusa» era el título de su última exposición monográfica en Madrid. El titulo genérico, irónico, es toda una declaración de principios de lo que él entiende por la aventura y el compromiso de pintar. Una referencia o un guiño a un lugar como Egipto con todas las cargas de resonancia que lleva en cultura, historia, arte y civilización sirven de punto de partida para que el artista se enfrente al lienzo en blanco y a partir de ahí empiece a trabajar con la luz, la materia y las texturas, en las que Roberto Martín ha puesto todo el empeño de su carrera plástica. A la tela como soporte se van agregando sus pigmentos y elementos que elaborarán esa enriquecida técnica mixta que le caracteriza: óleo, arenas, yesos, lacas, pan de oro... y las va trabajando con ardor, con precisión, con cuidado. El resultado es algo tan depurado, tan lejos de la materia prima y bruta utilizada, que el espectador queda asombrado y le viene a la memoria aquella cita del gran Baudelaire que detestaba la brutalidad y destreza de la escultura por la inmediatez de sus materiales y se dejaba fascinar por el ilu- sionismo de la pintura con su mayor capacidad de sugerencia en el espíritu. «La pintura es una evocación, una operación mágica y cuando el personaje evocado, cuando la idea resucitada se incorpora y nos mira cara a cara, nosotros no tenemos el derecho (o al menos sería el colmo de la puerilidad) de discutir las fórmulas evocativas del brujo». Curioso que el poeta francés calificara de hechicero al pintor, al igual que hace dos años lo hiciera el Centro Georges Pompidou de Paris al proponer la gran exposición «Magos de la tierra» donde, una amplia muestra de piezas y artefactos plásticos procedentes de todo el mundo aparecían como objetos sugerentes y palpitantes, casi sacros, salidos de las manos de un artista que en otro tiempo se llamó o pudo llamarse mago.

 

 

 

La huella del hombre

 

En la pintura de Roberto Martin está la huella evidente de su trabajo, de su mano, de su pincelada, de su gesto a la hora de proponernos unas imágenes sígnicas que se alternan con ligeras actuaciones y raspaduras sobre los estucados a modo de esgrafíados voluntarios  u ocasionales del autor o de la supuesta pátina del tiempo. En ese gusto por la actuación sobre la materia late la enseñanza de un maestro como Tápies. los cuadros de Roberto Martín nos enseñan la belleza de la huella y la presencia del hombre, de la sobriedad de una superficie erosionada por determinados imponderables para ofrecernos la hermosura de unos planos azogados, las imágenes y narraciones posibles e imposibles que se esconden detrás de unos ocres o unos empastes que ofrecen las calidades del óxido tras la humedad y el paso de los días. Pero este artista vasco no se ha que dado en la teoría a veces ramplona del arte povera o de la sequedad de la materia. Su gusto y su amor por el color hace que los rosas, azules, amarillos, sienas y dorados emerjan con sutileza y presencia en sus cuadros blanqueados o azogados. Roberto Martín no ha querido prescindir del color como lenguaje y capacidad de evocación y, en este sentido, sintoniza con la tradición de gran pintura. En algunos de sus cuadros se percibe la elementalidad de algunas figuras y signos como la espiral, la linea quebrada en zig- zag, pequeños círculos, bandas paralelas o graffitis perdidos de letras sueltas o frases articuladas. El fondo, la superficie general del cuadro, siempre muy traba- jado con esas texturas pastosas y esgrafiadas a las que nos tiene acostumbrados el pintor. Para algunos teóricos como Ull- mann el signo sería igual al significante más el significado, más la realidad extrasígnica. Para Bense, el signo no seria en si mismo un objeto sino una coordinación, (...) algo que está coordinado como medio a un objeto para un interpretante o intér prete, receptor. En todo caso, la nota común es que el signo se entiende siempre como algo que está en lugar de otra cosa bajo algún aspecto o punto de vista o en función de un cierto uso práctico. En el caso del signo artístico, sus notas específicas según Simón Marchán son la contextualidad, autoreflexión, ambigüedad polisemia, liberación del automatismo del lenguaje, violación de las convenciones y códigos, etc. Con los signos más o menos deforma- dos de la geometría o de la propia mente del autor, Roberto Martin no hace otra cosa que revestir la idea de una forma sensible, subjetiva y sintética. En su necesidad de pintar ha ido a narrar su viaje real o imaginario -al modo de Fernando Pessoa- por Egipto o cualquier otro lugar sin una referencia inmediata al modelo; lo ha representado en su imaginación.y fantasía y lo ha resumido en una síntesis, de modo que la idea ha sido plásticamente transformada. Después llega la mirada del espectador sobre estos cuadros «Sin Título» y con una sola propuesta nominal como serie: la mención a Egipto. Allí, su actitud es libre-como lo fue el momento creativo para el artista- para ver escaleras en una quebrada, para adivinar el lujo de unos antiguos frescos en la superficie de la tela, para adivinar grecas o cenefas suntuosas de viejos palacios, donde el tiempo ha actuado con elegancia. En algunos casos la literalidad es más fuerte (es el peso de nuestra cultura libresca) y el espectador se esfuerza por leer en una especie de ventana insinuada una inscripción casi pop que dice «Nefertiti I love you»; toda una declaración de amor a la princesa, la diosa y la mujer; una evocación clara a Egipto como excusa que dio nombre a la serie. La materia también tiene su lenguaje y tal como la trabaja Roberto Martín es aún más elocuente . los ocres casi dorados y la misma aplicación del pan de oro para dar brillantez y suntuosidad a unos cuadros en los que se pueden detectar puertas, pasajes y ventanas nos llevan a considerar que el artista vasco tiene una profunda meditación sobre el paso del tiempo, sobre la historia, los hombres, la materia y el espacio. Quienes le conocen hablan de la profunda, patética y tenebrosa emoción que transmitían los cuadros que el artista pintó tras la muerte de su padre. Fue una muestra dramática, toda una elegía plástica tras el momento luctuoso vivido.                Más tarde, «Egipto como excusa» le hizo remontarse a una meditación sobre el tiempo transcurrido en la vieja civilización madre, anterior y para algunos superior a Grecia y a Roma. Otras veces, Roberto Martín juega con el cambio y la inversión de la escala del objeto, algo muy enraizado en la pintura moderna, y así podemos ver en algunos de sus cuadros una copa u objeto de culto descontextualizado, esquematizado en su dibujo y reducido a la simplicidad del contorno de sus formas. Su cuadro «Abanico y ojo» viene también a insertarse en esta dinámica de la esencialidad de los objetos y de las formas que lleva igual mente a la esencialidad de la mirada libre.

 

- La pintura de Roberto Martín es rica, cremosa, untuosa y sugerente; contiene en si todos los elementos estimulantes que llevaron a Baudelaire a amar la ilusión de la bidimensionalidad de un cuadro frente a la rotundidad avasalladora de la tercera dimensión.

 

JULIA SAEZ-ANGULO